Delirio de cirios

Delirio de cirios.
Susurro de flamas cialíticas
Yo, vigía del agua de mis otoños largos, impenetrables

El fuego anida en mis concavidades

He librado a mis venas del invierno.
Laten acompasados mis pechos en deshielos forestales.
En tiempos de guerra fui frontera
Nacieron animales perfectos
Siembra en mi vientre.

Mi lengua porosa
Es mujer insignia
Escudo verde para quemarlo todo
De rostro empantanado
Pies de algas orilladas a la vida

Mis costillas empedradas
Bailan al alrededor del fuego
Invoco a mis hijas de alumbre
Tejido de destinos incinerados

Presente adormecido de infinito cuenco
Iluminadas sombras
¿Por qué quieren ahogarnos si somos las dueñas de ese fuego que nos mata?

Ellos, molino de viento
Nosotras, tejedoras de métricas y sílabas y conjugación
Mis hermanas, punto de acopio para guarecer ante la impunidad
Ellos tenían la lanza
Nosotras antorcha que lo iluminaba todo

¿Por qué nos temen?
Arrancaron mi lengua
Mis pupilas empedradas fue su herradura
Soy marea furiosa que encalló
Suaves oleadas nutricias para las nietas que vendrán
Y no alcanzarán nuestra orilla
Y lo seremos todo.

Mi país duende danzante
Movimientos de bayas brillantes
Soy branquias
me sumerjo al sur de mis yemas
¿Por qué me temen?
Cortaron mis esquejes antes de florecer

Igual que la brisa deja sus gotas en la hoguera que alumbra
En mis uñas crecieron osamentas lúcidas
Finas y firmes para bordar el primer recuerdo
Y acuñan la fiesta de mi silencio y soy leyenda y ya no muero nunca más.

Encabezado: Foto libro Ana (2019), por Jessica Alva Piedra

Ciertas malas voluntades

Era un sábado de verano de 1993, yo tenía 17 años y estaba en reposo porque el día anterior me habían realizado la segunda biopsia muscular en el lado externo de mi muslo izquierdo. Mis padres tuvieron que salir el fin de semana fuera de Lima y yo me quedé en cama. La enfermedad aún incipiente, me permitía desenvolverme con normalidad y autonomía, así  que no había problema. Tenía mi privacidad y mi romance con el silencio y la soledad.

Estaba echada,  supuestamente estudiando porque me estaba preparando para el ingreso a la universidad pero terminaba pensando en nada, cuando sonó el timbre, vi por la ventana de mi habitación en el segundo piso de la casa y Ana estaba abajo con un ramo de flores de muchos colores. Cuando nos saludamos, se sorprendió de verme «cojeando» con un parche en mi pierna. Le expliqué de qué se trataba y que no había de qué preocuparse, que era un examen de rutina y que me dolía un poco al caminar pero todo estaba bien.

 

Ana tenía una voz muy dulce y su tono era bajito. En realidad, toda ella era así. Muy tímida y hasta temerosa. Esa mujer joven ayacuchana fue la que, al verme llegar a casa recién nacida en brazos de mi padre, botó la escoba para correr hacia mí y cargarme*. No estoy  segura si fueron muchas las veces que mi padre me contó esta historia o es que a mí me pareció tan hermosa que la he repetido en mi cabeza constantemente, amorosamente.

 

Es por ella que aprendí los cuentos y canciones de Ayacucho así  como también supe del temor y de la tristeza de dejar su hogar. Creo que su voz era eso, un canto huantino de profunda pena. Mientras ella me contaba sus historias, me permitía recostar mi cabeza en su regazo y puedo recordar claramente hasta hoy, después de tantos años, esa sensación de seguridad que nunca más pude volver a experimentar.

Pero esa mañana soleada, cuando Ana llegó de visita, no sabía que sería la última vez que la vería. Fuimos al patio, pusimos las flores en agua y nos sentamos a conversar. Por más que lo he intentado, no logro recordar nuestra conversación, la tengo muy difusa quizá porque ella había llegado a interrumpir mi silencio y he reeditado ese último encuentro en mi cabeza innumerables veces, las suficientes para quedarme solo con su sonrisa calmada, su acento que sonaba a hogar, los colores vibrantes de las flores y la ternura de su mano sosteniendo la mía.

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Ana murió al poco tiempo de un paro cardiorespiratorio.  Pero fue recién años después, en una de mis sesiones de terapia, que pude llorarla. Hasta entonces estaba anestesiada, no sentía nada, ni pensaba en mi cuerpo. Así que, estando en terapia, y tratando de descubrir quién era yo y dónde había estado todo ese tiempo, fue que comencé a investigar sobre mi enfermedad y sobre mí, y eso incluía querer saber de Ana.

Es curioso  que mis padres hayan escogido el nombre de la persona que contrataron para que me cuide. Las muchas veces que les he preguntado sobre el origen de mis nombres, no he obtenido una respuesta concreta, en cada ocasión dan una versión diferente: por el vals «Anita» que siempre le ha fascinado a mi padre; Milagros por el Señor de los Milagros y «como tú naciste en noviembre* pues….».

Finalmente, comencé  a elaborar mi propia versión y viajé muchas veces a Huanta. Te quería encontrar, Ana. Supe de tus hijos y nietos, de tu empeñada labor comunitaria en los comedores populares de tu distrito y conocí a tus compañeras. Ahí comprendí porqué no dejaste de visitarme: les habías contado de mí y estabas muy preocupada por mí. Yo no lo sabía. Ojalá hubiera sido menos indiferente contigo para recordar nuestra última conversación y entender que, como me lo dijeron tus amigas, ya sabías que te tocaba emprender la retirada y fuiste a despedirte.

*El Señor de los Milagros se celebra en octubre

 

 

 

 

 

 

Mi índice derecho

Laura Palmes (Barcelona,  1954-2011) fue la periodista que registró el caso de Ramón Sampedro (Galicia 1943-1998) y fue precisamente su reportaje «Eutanasia: morir para vivir», con el que ganó en 1994 el Premio Ciudad de Barcelona, el que inspiró a Alejandro Amenábar a realizar la película Mar adentro (2004). En diferentes momentos de mi vida he visto esta película y en cada una he descubierto un sentimiento nuevo. De algún modo, siempre la tuve presente, pero es recién cuando emprendí la lucha por mi muerte digna que la historia de este hombre tuvo más sentido y  he ‘navegado’ en internet buscándolo, tratando de hallar algo más que me acerque a su tiempo y a su mar.

Después de 3 años de búsqueda a solas,  hablando «a escondidas» con médicos tanto de aquí como del extranjero, comunicándome con asociaciones que luchan por este derecho en su país, llorando de frustración porque no veía una salida para mí en Perú, contemplando la posibilidad de hacerlo ilegalmente, empecé a publicar en este blog el 16 de enero de este año. Han pasado más de 6 meses desde ese primer post y todo ha sucedido casi al azar, sin estrategias y esperando más bien la indiferencia o el rechazo de la gente. Fue casi un impulso instantáneo porque la búsqueda en soledad me estaba volviendo loca y necesitaba gritarlo. Pero a diferencia de Sampedro, yo vivo en la época de las redes donde todo es muy rápido, mientras que él demoró años en ser escuchado, lo mío solo tomó un clic con mi dedo índice.

Por todo esto, llamó mi atención fuertemente esa mujer que ya había sido diagnosticada con esclerosis múltiple cuando  ayudó a Sampedro a dejar su obra. Resulta que no solamente viajó, a pesar  del deterioro físico causado por su enfermedad, desde Barcelona a Galicia para entrevistarlo sino que  motivó a Sampedro a escribir acerca de la vida y la muerte. Lo de ambos dejó de ser solamente un trabajo periodístico y se convirtió en una amistad y complicidad tan fuerte que, años después, un cineasta llevó dicha historia a la pantalla grande y «Cartas desde el infierno»*, el libro  de Sampedro, fue reeditado por Planeta con un prólogo del mismo Amenábar.

Palmes ya estaba aquejada físicamente cuando empezó a trabajar con Sampedro, así que mi imaginación me lleva a pensar que no solo era una búsqueda periodística sino que su propia circunstancia la llevó a contar la historia de otro porque aún no podía contar la suya. Así que aquel reportaje sobre la eutanasia luego se transformó en su libro «Darrere les palmeres» (Detrás de las palmeras) y estos dos trabajos sirvieron de inspiración a Amenábar para construir el personaje de Julia (Belén Rueda), la abogada que ayudará a Sampedro y que sufre un mal neurológico que finalmente le hará perder la memoria.

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Escena de la película Mar adentro (2004)

En la escena del primer encuentro,  Julia le pregunta a Ramón «¿Por qué la muerte?», y él se lo explica con tremenda sabiduría y lucidez. Es una escena tan estremecedora como íntima porque creo que Julia está escuchando su propio temor: Sampedro le habla de la imposibilidad de tocarla a pesar de estar a pocos centímetros de él y ella lo mira y los otros personajes de la misma escena están llorando. Ellos dos solo se miran y se escuchan en un mismo idioma. Intuyo que, en la vida real, Laura, quien ya era una periodista reconocida por sus reportajes extremos (Los asesinatos de Atocha y La guerra del Sahara Occidental) estaba buscando una respuesta a lo que ella estaba a punto  de vivir por su esclerosis. Fue una mujer valiente y generosa con su brillantez porque son muy pocos los que se atreven a sumergirse en  la muerte y publicar sobre un tema social tan controversial que puede generar rechazo y temor.

Pero insisto, yo he sido muy afortunada de encontrar apoyo e interés en personas tan valientes y empáticas y con la suficiente capacidad de darse cuenta de que necesito ser mirada y escuchada para poder volar hasta mi propio mar.

https://elcomercio.pe/somos/historias/ana-estrada-psicologa-peruana-pone-debate-muerte-digna-peru-noticia-608909

Foto de encabezado: Laura Palmes

*Mar Adentro

Mar adentro,
mar adentro.

Y en la ingravidez del fondo
donde se cumplen los sueños
se juntan dos voluntades
para cumplir un deseo.

Un beso enciende la vida
con un relámpago y un trueno
y en una metamorfosis
mi cuerpo no es ya mi cuerpo,
es como penetrar al centro del universo.

El abrazo más pueril
y el más puro de los besos
hasta vernos reducidos
en un único deseo.

Tu mirada y mi mirada
como un eco repitiendo, sin palabras
‘más adentro’, ‘más adentro’
hasta el más allá del todo
por la sangre y por los huesos.

Pero me despierto siempre
y siempre quiero estar muerto,
para seguir con mi boca
enredada en tus cabellos.

 

 

 

Los tatuajes (segunda parte)

El 2018 empezó medio «accidentado» por algunos impasses personales, así que en febrero, no recuerdo exactamente cómo, decidí hacerme un colibrí. Elegí esta ave primero por su hermosura, así que me metí a investigar: es el ave más pequeña pero la más veloz y tiene un corazón muy fuerte para mantener su vuelo. Además es la única ave capaz de volar en todas las direcciones, incluso hacia atrás. Para mí significa alegría, belleza y audacia.

Traté de contactar a Kike pero no lo logré así que busqué en internet y encontré a alguien que me gustó por su estilo delicado.  Al final le agregamos una flor para que mi colibrí se alimente y escogí una cantuta. ¿Por qué una cantuta? Pues he seguido de cerca los casos de violencia política en el Perú y con todo mi respeto y admiración mencionaré a Gisela Ortiz Perea,  hermana de Luis Enrique Ortiz Perea, uno de los 9 estudiantes víctimas del caso La Cantuta (1992). No ahondaré en el tema por respeto a una herida todavía abierta de 27 años, pero quiero expresar mi apoyo a la lucha de todos los familiares del caso por hallar justicia.

Un día de octubre de 2012, apareció un colibrí en la puerta de vidrio de mi cuarto que conectaba con el patio. Fue tan asombroso verlo golpear mi puerta con su pico que llamé a Linda para que lo vea y obviamente Amaro se puso en posición de ataque y por eso no abrimos la puerta pero el colibrí no dejaba de golpear y se quedó ahí unas 5 horas aproximadamente. Yo salía y entraba para ir al consultorio a atender y al regresar seguía ahí, manteniendo su vuelo recto y firme y sus colores de azul oscuro intenso con gris y blanco. A las 4 p.m. esperaba a mi paciente S y no llegó. Me llamó la atención porque era muy constante y puntual con sus citas 2 veces semanales desde 3 años atrás y cuando se le hacía tarde o si no podía venir, avisaba. Lo llamé después de las 6 pero no respondió y le dejé un mensaje. Al día siguiente recibí una llamada de su tía, S había fallecido. Tampoco ahondaré en las causas por respeto a su memoria y a su privacidad pero sí diré que para mí fue una turbulencia que me dejó paralizada con un nudo en las tripas. No pude llorar. Repasaba una y otra vez nuestras últimas sesiones y lo recordaba con su sonrisa enorme y su mirada limpia después de haber llorado durante tanto tiempo.

Pues bien, S, aquí estoy hablando de ti, de tu partida repentina, injusta e inexplicable. Creo que hablar del significado de mis tatuajes hace que termine escribiendo de otras personas significativas en mi vida. No me hice el colibrí pensando en S, pero así es la escritura, te va llevando a darle un lugar a la memoria y nunca llega el olvido.

Foto de encabezado: «Reencuentro» de Fito Espinoza 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los tatuajes (primera parte)

En julio del 2009, cuando tenía 32 años salí de casa de mis padres a vivir en un departamento alquilado junto con Linda, mi asistente personal, que fue muy valiente al aceptar la propuesta de acompañarme a vivir las 2 solas, pero en aquella época estaba mucho mejor que ahora y era muy independiente a pesar de mi condición física así  que creo que todo eso le dio a ella la confianza suficiente para aceptar. Este momento fue maravilloso, surgieron muchas posibilidades y se abrió todo un mundo de situaciones felices.
El 2011 fue un año muy especial pues, entre muchas  otras cosas, me enamoré después de muchos años; adopté a Amaro; crecía profesionalmente y amaba mi trabajo. Además, me «reencontré» con una amiga muy especial y pasábamos muchas tardes/noches/amanecidas de borracheras y conversaciones interminables entre risas y a veces llanto. Con ella, Patty, me atreví a hacer muchas cosas, por  ejemplo, hacerme mi primer tatuaje.

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El screenshot de la foto de ese día. La mano que sostiene mi mano es de Patty. No recordaba la fecha, fue un día antes de mi cumpleaños

Decidí hacerme un par de alitas en mis muñecas. Por supuesto me lo hizo el tatuador de ella y fue en la sala de mi casa. Como a las 8 p.m. llegó Kike y nosotras habíamos estado tomando desde el medio día después de haber dado un paseo por la playa con otra querida amiga. Éramos Linda, Patty, Amaro, Kike y yo en la sala de ese departamento que recuerdo con especial cariño  (tenía una alfombra persa heredada de una tía y así casi todos mis muebles fueron reciclados de diferentes lugares).

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La foto de mi muñeca ese día temprano en la playa

Decidí que tenía que ser en las muñecas porque en esa época atendía pacientes así que no debía verse pero, por la posición de mi mano para manejar el control de mi silla, siempre he podido ver la de la derecha y al final mis pacientes también la notaron y algunos me hacían comentarios bonitos.

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Casi a oscuras, Kike tatuando y Patty agarrando mi mano porque yo no puedo mantener esa posición por mí sola.

Escogí las alas por muchas cosas especiales. Por esa frase que me identificaba tanto de Frida Kahlo: «pies para qué los quiero si tengo alas para volar».  Todo el tema de las aves y su ligereza para ir de un lugar a otro me terminó fascinando, tanto que aún me tatúo aves y me metí a investigar con más profundidad las miles de especies que hay en el mundo.

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Ya con la alita después de tatuarme. Aún podía sostener un pequeño vaso de acrílico. Se ve un poco de ese entrañable depita.

Pues bien, estas alitas fueron mi primer y único tatuaje hasta enero del año pasado que retomé la fascinación por la belleza de los tatuajes y, como ahora ya no ejerzo, con toda tranquilidad me hago tatuajes cada vez más grandes y coloridos y, así, mi piel está siendo cubierta por un gran jardín de flores y aves que, como dice Fangacio en su artículo, «a veces dan la impresión de desprender un aroma real».

Foto de portada: Escena de la película Thelma y Louis (1991). El texto trata sobre mis tatuajes pero en un momento, mientras lo escribía, casi se convierte en una Carta a Patty, a nuestra complicidad, a su presencia que es una fiesta con su olor a tabaco y perfume dulce. Me fui a buscar fotos de ese día en mi Facebook y curiosamente me topé con esta foto que la había posteado en aquella época.  Digo que el texto casi cambia de curso porque me puse a pensar en lo que tú, Patty, significas para mí. Y bueno, por ahora solo hago esta anotación porque nuestra amistad abarcará sendos capítulos.

 

 

 

El descanso del guerrero 

Gran parte de mi vida, familiares y personas cercanas me han dicho que soy «guerrera-ejemplo-de-vida-valiente», y cosas parecidas. Cada vez que los he escuchado, algo en mí sentía cierta incomodidad. Y, normalmente, acepto con gratitud el elogio pero por dentro, algo no me cuadra.

Como ya les he contado, la traqueostomía ha marcado un antes y un después en mi vida, así que esos halagos se hicieron más frecuentes. Por ejemplo, me dicen que cuando algo les va mal, piensan en mí y en mi «fortaleza» y entonces «logran salir de esa dificultad». Dicen que soy una «inspiración» para aquellos que se suelen deprimir por cosas  «insignificantes» o «problemas menores».

Pues les cuento algo: es muy doloroso cuando me colocan en ese lugar. Yo entiendo y agradezco la buena intención que hay en sus mensajes y lo aprecio. El problema es ¿qué pasa cuando se coloca a una persona en un lugar tan alto al idealizarla?. Lo que sucede es que la idealización deshumaniza y la persona se convierte en algo así como en un súper héroe y queda muy lejos, a miles de kilómetros de distancia.

Lo que yo pienso es que cada persona tiene su propia historia con dificultades y problemas que no pueden ser comparables con ninguna otra y, en ese sentido, todos somos guerreros en esta vida y hay  una historia detrás de una decisión y, en mi caso, mi lucha por conseguir el derecho a elegir cuándo, cómo y dónde morir, tiene un fundamento que solo puede depender de mi propia historia.

Ahora que han pasado unos días después de la publicación del artículo sobre mi caso, paré un poco la frecuencia de las entregas en el blog y, curiosamente, tiene que ver con el tema de este texto: era importante tomarme estos días para leer y responder los mensajes y comentarios porque es el primer caso en Perú en que una persona propone el debate de la muerte digna y esto está siendo muy satisfactorio para mí. Así que si me consideras una guerrera, gracias,  ahora necesito de ti, difunde el blog o mis redes y mi voz podrá llegar a más personas y lo primero  que haremos será pensar en el tema y luego opinar y debatir.  A favor o en contra, pero no dejemos de pensar.

Foto por Ana Lía Orézzoli

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