Hoy, 4 de junio, a dos días de las elecciones, vino a visitarme Carmen, alguien a quien aprecio y admiro mucho. No nos veíamos desde que empezó la pandemia así que estábamos felices de vernos.
Mientras almorzamos, irrumpió la política en la mesa: «yo no voy a votar por Castillo porque piensa unificar X y Y (dos entidades públicas a las que pertenece) y eso no me conviene. Yo sé que tú estás con Castillo pero yo no«. Y me explicó sus temores económicos.
Me había propuesto no hablar de las elecciones en este reencuentro. Ya intuía cuál era su postura y ella sabía la mía por mis redes. La escuché y la entendí. Pero sobre todo, me alegró escuchar un voto honesto y consecuente por Fujimori: por conveniencia. Necesita seguir recibiendo los derechos y beneficios laborales en una profesión tan sacrificada como la de ella.
No escuché de ella lo que vengo leyendo y escuchando en redes y medios: el «qué me queda», «por la democracia», «por la libertad», etc. Tampoco se refirió a la improvisación y desconocimiento de Pedro Castillo que también es el argumento de los votantes de Keiko Fujimori.
Y mientras la escuchaba, recordé lo que dijo José Mujica en el encuentro con Pedro Castillo: «sin comer no se puede luchar por la libertad».
Carmen ha nacido y crecido en pobreza extrema en el norte del Perú. He escuchado siempre sus historias de vida. Cómo fue para ella dejar su casa para venir a Lima a trabajar para pagarse sus estudios con el esfuerzo y dolor de estar lejos de los suyos. Es, además, solidaria y generosa con su entorno, y con personas incluso que no conoce, como lo fue conmigo en el episodio más doloroso de mi vida.
Me ha sido imposible escribir de nada desde el 11 de abril. Cada día ha sido peor que el otro. No por los candidatos, sino por el dolor del desprecio, discriminación, ofensa, clasismo y racismo que nos ha bombardeado en estas semanas. Por la hipocresía patriótica que nunca compartí por el fútbol, la comida, la música y toda la Marca Peru que solo vemos en fiestas patrias y en el mundial.
Desde el 11 de abril he cuestionado mi propio feminismo. Me he preguntado ¿a qué mujeres les afecta realmente esta coyuntura social y electoral? ¿Es suficiente ser feminista interseccional?
A pesar de nuestras diferencias políticas, a Carmen la respeto porque es honesta, no le conviene económicamente y vive en una condición precarizada que depende absolutamente de ese trabajo en una institución del Estado y que teme perder.
No tengo ningún derecho de refutarle para cambiar su voto. Y ella tampoco lo pretendía hacer conmigo. Esto solo me hizo ver algo que ya me había pasado en otros contextos: la derecha no solo es defendida por los privilegiados y por los medios de poder.
Pero es que ya ni siquiera creo que se trate de la derecha. La sola candidatura de Fujimori es abrir nuevamente heridas, es una ofensa y desprecio brutal por la memoria y nuestra historia. ¿Esto es odio? Pues en mi caso sí. ¿Cómo no odiar a los que desaparecieron el cuerpo de un hermano/ hijo/esposo/padre?
Que el fujimorismo siga gobernando significa que el problema es estructural, que la opresión es el mismo sistema patriarcal del que todas y todos (hombres incluidos) estamos sometidos.
A Castillo lo hemos escuchado referirse equivocadamente de los feminicidios. En fin, que es un desastre en derechos humanos. Cuando he mostrado mi apoyo a él me han dicho que no está a favor de la eutanasia y la muerte digna. ¿Eso me asusta? Sí. Me preocupa tanto mi lucha individual como la de las miles de mujeres que me antecedieron para que yo pudiera lograr lo que logré: ser escuchada en el Perú, un privilegio que muchas no han tenido.
Entonces, Castillo me genera desconcierto y bronca cada vez que sale Cerrón a contaminarlo todo. Sí. Pero Fujimori es repulsión, es una sensación orgánica. Terror a esa mueca siniestra del poder.